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Manuel Godínez Necoechea
Esta semana fue para muchos maestros el cierre de ciclo escolar y, por lo tanto, también debería significar unas necesarias, aunque breves, vacaciones. Como todo trabajador, los docentes o maestros tenemos derecho a un tiempo de descanso para recuperar las energías invertidas a lo largo de los meses, pero no siempre se nos permite (como si no fuera nuestro derecho) tener un tiempo para descansar. Me explico.
Es cierto que estamos viviendo una época en la que los procesos se han acortado y todo tiene una fecha de entrega para ayer. El sector de la educación no es ajeno a tal escenario y en especial, a los docentes se nos pide constantemente “un extra”, pero, dicho extra no es solamente en el área académica, también, y en ocasiones de manera más demandante, en el área administrativa.
Muchos son los retos que debemos enfrentar los docentes en este actual siglo XXI, como por ejemplo, las instituciones educativas (en su gran mayoría), están en la búsqueda de la calidad en la enseñanza implementando programas educativos cuya meta es la adquisición y desarrollo de competencias necesarias para responder al campo laboral, lo cual no es necesariamente en beneficio de los estudiantes, sino de quien los necesita, tema que desarrollaremos en otra oportunidad.
En una de las instituciones educativas en que doy clases se nos acaba de decir, de manera velada, es decir no directa, que, si no cumplimos con las políticas de las “reglas de negocios” que se han implementado en el modelo institucional, no se nos va a poder “tomar en cuenta” para la asignación de clases o materias en el próximo ciclo. No importa tu evaluación docente, tu preparación académica, tu tiempo en esa institución, entre otros factores que yo considero igual de importantes o inclusive más.
Lo que se nos demanda y que considero adecuado conforme al modelo educativo constructivista que actualmente no se ha implementado al 100% es, por mencionar sólo algunos de los objetivos: Que el estudiante debe ser el protagonista de su propio aprendizaje, construye sus conocimientos de la mano de sus maestros; Se deben tener en cuenta, por parte de los alumnos y los docentes, los conocimientos previos (conceptos, representaciones, conocimientos, experiencias); Los conocimientos deben ser relevantes favoreciendo la relación entre ciencia, técnica y organización; El aprendizaje consiste en la modificación de los esquemas mentales de los estudiantes, y; Las fuentes de aprendizaje son múltiples y variadas, no dependen exclusivamente del profesor.
Lo que busca este “nuevo” modelo o paradigma educativo, en palabras de Rosario Ortega, Alfonso Luque y Rosario Cubero, es explicar el desarrollo humano, lo que nos sirve para comprender los procesos de aprendizaje, igualmente las prácticas sociales, formales e informales facilitadoras de los aprendizajes. Llevar esto del programa o papel, al aula de clase requiere de una inversión de tiempo y recursos que sobrepasan la labor que realizamos los maestros dentro de las cuatro paredes de nuestras escuelas. Quienes nos dedicamos de manera parcial (como es mi caso, dando clases en licenciatura y maestría) o tiempo completo, como mi esposa, sabemos que el tiempo de preparación que invertimos para lo que vamos a compartir en el aula es generalmente mayor, inclusive el doble o triple de tiempo.
Cualquier esfuerzo, como cursos de capacitación, juntas de la academia, juntas de cierre del ciclo escolar, etc., que nos permita hacer del tiempo que compartimos con nuestros estudiantes en el aula de clase de provecho y aprendizaje, es bienvenido sin duda alguna. Pero, cuando invertimos más tiempo en cuestiones administrativas y que de esto dependa nuestra permanencia en nuestras escuelas, lo considero bastante cuestionable. Dejamos de ser en ese momento maestros y nos convertimos en empleados, en este caso administrativos. El Dr. Ángel Díaz-Barriga lo dijo de manera magistral en la conferencia “La calidad educativa en México” en el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) en 2018:
El docente se está interpretando así mismo, está asumiendo la identidad de un trabajador, de un empleado, entonces lo que asume es -dígame la autoridad o dígame el patrón en este caso, que debo hacer y eso es lo que yo hago en el aula- y no asume una responsabilidad profesional que es -yo soy responsable de los aprendizajes de mis alumnos.
Cuando una institución educativa da igual importancia o inclusive mayor a lo administrativo que a lo académico, no sólo los maestros perdemos, también pierden los alumnos, su familia y en general la sociedad.
Históricamente ya pasamos la etapa en que el maestro era el centro del proceso educativo, así era en anteriores modelos educativos como el tradicional o el conductista. Como respuesta nos fuimos al otro extremo, es decir, en el que el alumno es el centro del citado proceso de enseñanza/aprendizaje. Los extremos no son buenos, por lo tanto, ni los alumnos ni los maestros debemos monopolizar el papel central en este proceso. Ambos agentes somos igual de importantes. Las actuales vacaciones que comienzan la siguiente semana, no deben serlo solamente para los alumnos, deben también serlo para los maestros. Dejamos de ir al aula de clase, pero ya sea en línea o de manera presencial seguimos trabajando… administrativamente.
Mi principal preocupación es que mis alumnos salgan del aula de clase con un conocimiento que no se quede ahí, sino que salga con ellos y los acompañe, que les sea útil, (no solamente en el campo laboral) en su desarrollo profesional, en sus relaciones sociales, en las elecciones diarias que determinan su futuro. Muchas instituciones educativas han prescindido de trabajadores administrativos y el trabajo que ellos hacían ahora lo reparten entre los trabajadores administrativos que siguen trabajando ahí y los maestros, con la consecuencia de que, tratando de desarrollar ambas áreas, académica y administrativa, el tiempo que dedican los maestros a la preparación las clases, ya no es como antes. No es excusa, pero toda decisión, toda acción, trae su reacción o consecuencia.
Muchos maestros, la mayoría de los que conozco, dan clases porque les gusta, porque lo consideran su aportación para hacer de este nuestro querido México, un país mejor, más justo, más preparado, aunque en ocasiones las condiciones en nuestras escuelas no sean las mejores o más adecuadas. No dejemos de enseñar, no dejemos de aprender, es nuestra forma de vida.
«Aprender es como remar contra corriente: en cuanto se deja, se retrocede», Edward Benjamin Britten.
manuelnecoechea@gmail.com