Getting your Trinity Audio player ready...
|
Jonatán Romero
[apvc_embed type=»customized» border_size=»2″ border_radius=»5″ background_color=»» font_size=»14″ font_style=»» font_color=»» counter_label=»Visits» today_cnt_label=»Today» global_cnt_label=»Total» border_color=»» border_style=»solid» padding=»5″ width=»200″ global=»false» today=»false» current=»true» icon_position=»» widget_template=»None» ]
Karl Marx y Friedrich Engels escribieron uno de los textos más importante de la historia de la humanidad y, sin lugar a duda, también es uno de los más leídos por debajo de la Biblia. El Manifiesto del Partido Comunista apareció en una época especifica y clarificó los objetivos de los comunistas en 1848. Mientras el mundo no podía esconder o hacerse de la vista gorda ante el movimiento obrero europeo que luchaba por sus reivindicaciones, los revolucionarios no podían quedarse al margen y la meta era acompañar y dotar de contenido con un proyecto político a la lucha de clases que se desarrollaba en aquellos años.
Marx y Engels desarrollaron sus ideas revolucionarias en 1848 por primera vez, pero antes ellos llevaron a cabo una serie de trabajos muy importantes para llegar a las conclusiones tan demoledoras que se encuentran en el libro en cuestión. Entonces, previo a la discusión central, el lector debe recordar lo siguiente:
Primero, Marx y Engels descifraron los limites epistémicos de Hegel, los hegelianos y Feuerbach, es decir, si bien la dialéctica es el pilar fundamental de la revolución comunista, también debe apuntarse en ese sentido que está limitada por su condición de clase. Los comunistas deben recordar que “Hegel estaba de cabeza, lo que hace falta es ponerlo bajo sus propios pies”. Lo importante no era sólo ajustar cuentas con el maestro de la filosofía clásica alemana, sino también con sus seguidores que impulsaron una forma de pensamiento especulativa. La epistemología no es una herramienta interpretativa de la realidad, sino su objetivo se encuentra en la superación de esta civilización y, antes que nada, los dominados necesitan de la filosofía para desafiar su futuro y su permanencia en este planeta.
Segundo, Adam Smith y David Ricardo serán recordados como los grandes maestros de los fundadores del socialismo científico, pero sus obras fueron leídas y criticadas por Marx y Engels y de ellos resultó una serie de manuscritos que se denominaron la «crítica a la economía política». Si bien el borrador apareció en 1850, ya desde 1843 había una serie de trabajos que iban trazado este objetivo en donde se encuentran: 1) Los esbozos para una crítica a la economía política, 2) Los manuscritos económicos y filosóficos de 1844 y 3) Los cuadernos de parís. La meta era trazar el arma revolucionaria que diera final a la dominación de la humanidad y la naturaleza bajo la lógica del capital.
Tercero, la teoría revolucionaria era muy consciente de empatar tanto la dialéctica hegeliana con la economía política clásica para producir la herramienta revolucionaria por excelencia y para ello se sirvieron de la obra de Pierre-Joseph Proudhon. En especial Marx resaltó la idea de la comprensión y aplicación correcta tanto de la obra de Hegel como de la de Smith y Ricardo, por eso mismo, la miseria de la filosofía es el texto por excelencia donde se encuentran las bases de la crítica hacia las desviaciones revolucionarias y el peligro en darle espacios dentro del movimiento de masas. La revolución comunista no sólo consiste en resaltar una ética y moral especifica, sino también se hace necesario una teoría particular en donde se resalte la táctica y estrategia para alcanzar una sociedad más justa.
De esta manera, las conclusiones políticas del Manifiesto del Partido Comunista para el siglo XXI deben contemplar los siguientes elementos:
“La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases” es la apotema comunista por excelencia y, sobre todo, tiene una vigencia enorme en pleno capitalismo contemporáneo. Lo más relevante, Marx también apunta la cuestión central dentro de la sociedad vigente que la guerra social se sintetiza en el enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado y esa sentencia no pierde relevancia a pesar de las revoluciones tecnológicas y la integración económica del siglo XXI. Por más que la ideología burguesa no quiera reconocer la vigencia de las anteriores palabras, la realidad se comporta de otra forma: el capital y el trabajo asalariado se enfrentan de manera permanente tanto en el siglo XIX como el del XXI.
La sociedad capitalista no puede entenderse como bien lo afirma Marx, si uno no conoce realmente que América Latina le dio una oferta de oro al continente europeo y, por eso mismo, el sistema burgués no puede deshacerse del colonialismo. La invasión y despojo de los pueblos originarios de otros continentes es uno de los pilares de la barbarie moderna y ya desde el manifiesto queda constancia de ese proceso histórico. La tendencia histórica no solo devasta las condiciones de vida del proletariado europeo, sino también lacera la soberanía y la ida de los pueblos americanos, africanos y asiáticos.
Marx decía que “La burguesía, como vemos, es también producto de un largo desenvolvimiento, de una serie de revoluciones en los medios de producción y de comunicación” y, en ese sentido, la conexión entre desarrollo científico y el proyecto capitalista son una unidad que no puede dejarse de lado y al margen de cualquier análisis. El desenvolvimiento de la vida cotidiana y la producción del conocimiento no está en la frontera del dominio pecuniario sobre los proletarios, sino que se centra en el corazón mismo de este proceso civilizatorio y, por eso mismo, el producto de la ciencia juega bajo un perfil político en donde beneficia a los intereses de la gran burguesía. En estos momentos, la barbarie moderna toma su fuerza del desarrollo de las fuerzas productivas técnicas, porque estás no se encuentran bajo la lógica de preservar la humanidad, sino intentan procurar y sostener los privilegios del 1% de la población.
En este sentido, el manifiesto lanza una premisa bastante interesante que dice lo siguiente: “La sociedad se encuentra súbitamente rechazada a un estado de barbarie momentáneo; diríase que un hambre, una guerra de exterminio, la priva de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados”. A 175 años del manifiesto, las palabras no son solo eso, sino que guardan una gran verdad y se puede escribir que abren nuevas líneas para entender nuestra realidad. En plena crisis civilizatoria, la historia capitalista no ha cambiado nada sobre esas palabras, por ejemplo: la guerra entre la OTAN y Rusia, la crisis alimentaria mundial y la desigualdad donde el 65% de la riqueza está en manos del 1% de la población y el 99% solo se distribuye el 35% de la producción de mercancías a nivel global. El mundo no ha dejado de sostenerse bajo la necrofilia y si del genocidio pueden hacer ganancias sin lugar el capital mataría a una parte de la población para lograr ese fin.
Ahora, los comunistas del siglo XIX abrieron el camino para descifrar el futuro del capitalismo y como bien dice Rosa Luxemburgo: “socialismo o barbarie”. En ese sentido, la violencia y la guerra no son intrínseco a la conducta del ser humano, por eso mismo, la paz puede construirse en este planeta y en esta vida. La política liberadora debe entender la estrategia y táctica revolucionaria y, desde ahí, Marx y Engels le regaló al mundo algunas iniciativas para construir un mundo mejor. A continuación, el texto detallara algunas líneas de acción generales y estas son las siguientes:
Una táctica comunista debe colocar una política nacionalista tanto en el sentido de la tierra y la banca en donde el estado obrero o la democracia plebeya pueda gestionar el suelo y subsuelo de su nación y también racionalice los recursos monetarios. Aunque, la dictadura proletaria puede hacerlo mediante la expropiación, pero también puede comprar los activos privados o crear instituciones públicas y comenzar desde cero. No importa cual, lo relevante está en construir una agenda donde los terratenientes y el capital financiero pierda su poder tanto económico como político.
Otro campo de batalla es el control y la gestión proletaria de los medios de transporte, ya que muchas veces la privatización pasa por el control y la mercantilización de movimiento de las mercancías, capital constante y el variable y, de esta manera, la democracia plebeya no puede dejarle estos espacios al capital financiero como a las oligarquías nacionales. El control de las vías de comunicación y la movilidad es una cuestión de vida o muerte para un país, porque 1) si no se detiene la nación se deja al servicio del mundo de las mercancías y 2) si se logra una táctica revolucionaria se pone al servicio de la nación: el pueblo y la naturaleza. Así, un mundo diferente comienza con una política de nacionalización de los medios de transporte que en ese y este momento están controlados por el sistema burgués.
En un sentido adicional, la estrategia revolucionaria debe combatir, por un lado, las diferencias productivas entre la zona urbana como la rural, y, por el otro, extender la modernidad dentro de los márgenes proletarios. Si bien la ciencia y tecnología son burguesas y tienen su sello, no se puede aspirar a una sociedad mejor sin antes utilizar estas herramientas al servicio de la clase trabajadora. Al final, la diferencia de la productividad en el territorio es necesario porque se combate a la ganancia extraordinario y también a la renta del suelo.
Otra de las políticas revolucionarias que proponen Marx y Engels, son el impuesto a la riqueza de la burguesía y los terratenientes, esto se debe a que como bien se escribe en los manuscritos económicos y filosóficos: una forma de extender la ganancia es mediante el precio monopólico. Un gobierno proletario debe gravar la riqueza para distribuir de mejor manera el abusa que permite la sociedad capitalista y debe detener finalmente las injusticias en contra de la clase trabajadora. En un mundo o una forma histórica que permite las clases sociales y reproduce los privilegios de los zánganos sociales, la única manera de enfrentar e intentar superar las condiciones de extrema desigualdad es imprimir una carga impositiva a las clases explotadoras.
Finalmente, la obra de Marx y Engels expresa en uno de los prefacios la cuestión de las comunas o comunidades originarias dentro de la revolución comunista y su función dentro de la lucha de clases. Una de las cualidades de las formas precapitalistas son en términos generales que mantienen vigente la propiedad social de los medios de producción y, por eso mismo, pueden de dotarle de contenido a la dictadura del proletariado: no como seguidores sino como camaradas peleando codo a codo. La propiedad específicamente comunista tiene sus raíces en el comunismo primitivo y en formas de organización no capitalistas milenarias que sobrevivieron a la barbarie burguesa. El gran legado de las comunidades originarias es que le enseñan al mercado que existen otras formas de organización de la producción, intercambio y consumo.
A 175 años de la publicación de el manifiesto, los comunistas decimos muy claro que la obra sigue bastante vigente y que “¡Que las clases directoras tiemblen ante la idea de una revolución comunista! Los proletarios no pueden perder más que sus cadenas”.
Ciudadano del mundo, economista, militante y docente
jonatan12.04.1990@gmail.com