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Jonatán Romero
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Los hombres y los grupos de la izquierda siempre quieren verse en el espejo de la derecha y, por si fuera poco, reproducen además sus métodos autoritarios de relacionarse con la sociedad. Un exceso, una desproporción y una debilidad de fondo.
En su poderosa obra «Dialéctica de la Conciencia», el maestro José Revueltas, crítico excepcional de la política mexicana de izquierda, acuñó un término peculiar para definir la confusión en que había caído la llamada izquierda en el país, maniatada entre el peso ideológico e histórico de la Revolución Mexicana y el comunismo soviético y le llamó a ese fenómeno “Locura Brujular”, una brújula cuya flecha da vueltas y vueltas sin encontrar el norte ideológico, sin encontrar el rumbo, producto del pragmatismo de los grupos burocráticos que viven sólo parasitariamente de los privilegios del poder.
La economía capitalista y la teoría de la dependencia.
México inició el cambio de época en 1521 cuando España inició su dominio en el territorio nacional e impulsó una nueva forma social que los especialistas bautizaron como capitalismo. La nueva era abrió el camino de la burguesía comercial y usurera europea para dominar la esfera de la producción y, así, su fuente de ingreso no se justifique en la esfera de la circulación, sino que ahora estuviera sostenida en el dominio del trabajo humano. La economía capitalista emergería dentro de los dominios feudales y despóticos para desplegar toda su potencia civilizatoria en todo el mundo y la Nueva España protagonizó esta primera etapa. Pero ¿qué se entiende por capitalismo? ¿por qué es importante entenderlo desde América Latina? En las siguientes líneas se dará una respuesta panorámica del tema.
La economía capitalista agrede toda forma de civilización ajena a su proyecto civilizatorio, porque, por un lado, la ganancia exige la bifurcación del trabajo y los medios de producción, y, por el otro, el dominio de la periferia por la metrópoli responde a las necesidades estructurales de la valorización del valor. En esta civilización, la dependencia juega un papel primordial y, parafraseando a Paul Baran, el desarrollo necesita del subdesarrollo. La economía capitalista promueve la transferencia de valor en dos sentidos: 1) la que va del trabajo al burgués y 2) la que va de la periferia a la metrópoli. De este modo, el origen de todos los males es el capital.
La trayectoria de la dependencia apunta a un doble mecanismo sobre el cual las naciones periféricas quedan sometidas a la lógica del capital y no pueden salirse de la espiral de barbarie impuesta por la economía capitalista. De esta manera, el subdesarrollo burgués paga un tributo por su incapacidad de controlar los medios de producción, en especial las tierras más fértiles que están en manos de las elites y, por lo mismo, las arcas europeas se llenaron con el oro zacatecano, guerrerense y potosino. Después, el desarrollo tecnológico obligó a los países periféricos incrementar su cuota con aquellos países que tenían el monopolio del desarrollo de las fuerzas productivas técnicas.
Pero, la dependencia asume una segunda forma mucho más radical, ya que utiliza dos mecanismos bastante agresivos para consolidar su dominio en tierras periféricas y, así, el desarrollo capitalista pueda financiar su proyecto civilizatorio. El primero, algunos países deben pagar un tributo por no poseer ni medios de producción raros o tecnología de punta, a esto se le conoce como precio monopólico o renta tecnológica, y, el segundo, las naciones dependientes costean su subdesarrollo mediante una explotación del trabajo más agresiva y a esta forma se le bautizó como superexplotación o renta absoluta. Al final, los mecanismos aseguran el financiamiento de las economías desarrolladas por las subdesarrolladas y la economía capitalista cierra el mecanismo de dominio en dos sentidos: entre las clases sociales y la relación entre los países que conforman este sistema global.
Neoliberalismo y el neoimperialismo.
El capitalismo ha desplegado varias fases de dominación en toda su historia, aunque existen tendencias generales también es cierto que existen diferencias sustanciales. En este caso, el neoliberalismo es una forma particular la sociedad burguesa y, por ende, la literatura debe comprender la esencia de este proceso histórico. Sobre este tema, los especialistas son conscientes de la debilidad del concepto neoliberalismo y, en todo caso, como David Harvey, nosotros ocupamos el famoso término de nuevo imperialismo.
En términos generales, el nuevo imperialismo impulsó toda una serie de modificaciones espaciales y temporales para impulsar la tasa de ganancia que estaba cayendo dramáticamente de la década de los setenta. Los países latinoamericanos fueron encadenados a una relación bastante desventajosa donde las grandes corporaciones buscaron mejores condiciones de inversión y la acumulación específicamente burguesa detonó los movimientos moleculares del mismo capital. Al final de cuentas, los países dependientes sacrificaron a su población y su tierra por entrar en la lógica imperialista en el siglo XXI, pues privilegiaron bajos costos en la fuerza de trabajo y en los recursos naturales.
Otro elemento para considerar sin lugar a duda sería la cuestión de la violencia, porque la movilidad del capital impulsa una civilización bastante agresiva. El despojo presupone la economía burguesa, ya que el dinero necesita reservas de territorios para desplegar la potencia productiva de este proceso. Por ejemplo, la inversión extranjera no solo necesita mano de obra barata sino también reclama la energía de la denominada madre tierra y, de esta manera, el terror es inherente a la modernidad imperialista.
La economía capitalista incentiva el rentismo, es decir las inversiones son detonadas bajo la lógica del capital financiero donde los grandes bancos adelantan suma de dinero para apalancar la valorización del valor. Entonces, la tasa de interés incrementa de manera vertiginosa, porque abre el camino hacia la consolidación de un proceso histórico burgués. En última instancia, las finanzas bursátiles se empoderaron en este periodo neoliberal y, por supuesto, la especulación se convirtió en la forma rentista más específica. En esta sociedad, todo se reduce al dinero y el brillo áureo tima todo aquello que se deja seducir por este metal.
En este sentido, la sociedad burguesa está atrapada en un sistema caótico que no puede resolver las contradicciones históricas de la realidad burguesa y quiere superar sus crisis cíclicas desde un razonamiento limitado. La trayectoria histórica está determinada por la lógica del capital y no existe forma para domesticar esta forma social. Hoy, el fin del neoliberalismo no solo es una moda, sino es una cuestión de vida o muerte. Pero, el fin del neoliberalismo también significa el fin del capitalismo y, en última instancia, la izquierda debe comprometerse con este gran reto. La vida misma está secuestrada por leyes históricas y su florecimiento no solo depende de las buenas intenciones, sino debe apoyarse del proceso radical y revolucionario.
La izquierda revolucionaria y el comunismo
La izquierda debe ser por principio revolucionaria, dado que esta emergió de un orden mundial caduco y siempre ha aspirado a la construcción de una civilización más justa, igualitaria, fraterna y libre. El sistema jerárquico social no tiene más que aportar a la humanidad y su sello es la barbarie. La revolución francesa solo abrió el camino hacia una nueva concepción de humanidad que lamentablemente no quiso agotar durante aquel siglo de las luces. Hoy, la burguesía ha traicionado su talante revolucionario y el proletariado emerge como aquella clase redentora.
Aquí ya no es suficiente ni la insensatez, pero tampoco la docilidad, es decir la izquierda revolucionaria debe apostar por un proyecto anticapitalista desde las condiciones históricas. Ahora, la cuestión se torna confusa cuando la inteligencia no puede ubicar el problema civilizatorio y mucho menos su posible solución. En otras palabras, la razón comunista no está capacitada en estos momentos para elaborar un proyecto emancipador por culpa de su miopía epistémica. Entonces, Marx comentó en su obra máxima que el sistema capitalista se nos muestra como un arsenal de mercancías y, por ende, se presupone que la célula de este sistema es la mercancía.
La sociedad burguesa está construida bajo un sistema mercantil cuya trayectoria marca la mercantilización de todo lo que habita en este mundo. De esta manera, la praxis revolucionaria debe integrar la superación de la mercancía y allí aparecen las dificultades no solo morales sino también técnicas. A mi parecer, la tendencia revolucionaria apunta a dos posibilidades para construir una sociedad sin mercancías, por un lado, las formas precapitalistas se muestran como las salvadoras y, por el otro, la sociedad moderna tiene en su propio seno la construcción de una sociedad nueva.
El camino emancipador que apuesta por desmontar la maquinaria y gran industria y sustituirla por las formas sociales precapitalista está destinada al fracaso. Aunque, el tema puede ser explicado en una obra más amplia, aquí vale la pena recordarles a esas personas que el sistema capitalista promueve en tiempos de crisis de sobreacumulación el capital ocioso. En pocas palabras, el carácter malthusiano, de izquierda o de derecha, solo revela la tendencia histórica del capitalismo, mientras unos culpan a la población, los otros lo hacen a la técnica moderna, pero ambos convergen en algo y es que preparan el camino para la guerra de destrucción de capital.
El otro método revolucionario es mucho más complejo, pero la relevancia radica en que su apuesta es por la emancipación de la humanidad en todos los niveles. La tendencia histórica del capitalismo fija la construcción de una sociedad que pueda tener acceso a la gratuidad y el trabajo libre, pero su propia esencia termina saboteando esa promesa. Entonces, el valor de las mercancías tiende a cero en el capitalismo, pero en el precio se invierte esa tendencia y aumenta finalmente debido a la misma organización burguesa. En última instancia, la técnica moderna debe seguir su tendencia al valor de la mercancía cero y la organización social debe transitar de una que se base en la propiedad privada a una que conciba la propiedad social como el fundamento histórico de la nueva humanidad.
Ciudadano del mundo, economista, militante y docente
jonatan12.04.1990@gmail.com