CRÓNICA | AHORA QUE SE VIENE LA ÉPOCA DE SUSTOS: CRÓNICA SOBRE UN FUNESTO OCTUBRE

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Daazaev Saavedra Reynoso

—Ahora que se viene la época de sustos, me gustaría compartir una redacción de hace algunos años, es una crónica un poco perturbadora pero me consta que fue real—.

El 5 de enero del 2015, el barrio convivía en una verbena popular en el tianguis de juguetes del día de los Reyes Magos; se vendía comida y alcohol, los niños experimentaban emociones mágicas en sus pequeños estómagos al ver tantos juguetes, las sonrisas se extendían de oreja a oreja, el olor a ponche, las luces, las risas, la alegría de los adultos y la música de fondo, se mezclaban. Justo dentro de este ambiente, me encontraba en la calle con un amigo al que llamaremos “el güero”, un buen vecino, tenía muchos años de no verlo pues se fue a radicar a otra colonia. Me contó sobre su fracaso en el amor, sobre su matrimonio destrozado entre otras cosas; las cervezas seguían corriendo, así como la plática; me contó sobre el fallecimiento de su padre y cómo decidió dejar la carrera de medicina  para comenzar una microempresa de venta de fármacos, ésta fracasó también. Comenzó un negocio donde vendía burritos y cervezas en el patio de su casa, negocio que tenía con su madre. La plática atrajo a más vecinos y esta se desvió a temas políticos y religiosos, es decir, platica de borrachos. Cerca de las 4 de la mañana, me despedí de él con un abrazo. Mientras caminaba a mi hogar pensé en la alegría de verlo y charlar, la melancolía del reencuentro, el paladar tenía un sabor a recuerdos, cigarros y cervezas.

Pasados algunos meses, el viernes 24 de abril, buscaba con algunos amigos dónde cenar y tomar un trago. Recordé el negocio del güero y los invité. Llegamos aproximadamente a las 12 de la noche y nos recibió en su patio, nos sentamos en una mesa, pedimos cervezas antes de ordenar. Las mujeres pidieron primero y después los demás. Mientras preparaban tomamos varias rondas de cervezas. Aproximadamente a la 1:30 de la madrugada éramos la última mesa que seguía pidiendo alcohol, cuando de repente la mamá del güero, se asomó molesta y pidió que bajáramos la voz o que pagáramos y nos fuéramos, pues ya era muy noche, el güero explotó  y comenzó a gritarle a su mamá y a discutir, me sentí incomodo e intervine —Tranquilo, viejo ¡Tu mamá tiene razón! los borrachos levantamos mucho la voz en estado etílico—, le dije. Pagamos y nos retiramos.

El 9 de junio, pasé por el tianguis semanal cuando regresaba del trabajo y vi al güero a la distancia. Lo noté flaco, desaseado, con la cara y la ropa sucia, con barba; no lo saludé, pasé de largo. Esa fue la última vez que lo vi.

El primer viernes de octubre, regresaba a mi casa, antes de dar la vuelta sobre la calle principal, miré que había policías, me percaté de una camioneta del Servicio Médico Forense (SEMEFO), y un segundo después miré que llegaban otros policías con perros, estos venían dando la vuelta sobre avenida periférico. Ese día no me enteré de lo que había ocurrido, pero al día siguiente pasó este personaje pintoresco de las colonias populares, que grita mediante un megáfono la nota amarillista sobre narco-menudistas, asesinatos, detenidos o balaceras, pero la verdad, que no se le entendía nada —¡Acá en la siete oriente, el hijo bla, bla, bla, la policía bla, bla, bla…!—fue lo que se mal oía. Por la tarde, mi cuñada, mujer con cierta destreza para el chisme, me enseñó la nota del periódico que hablaba sobre la mamá del güero, sin vida; sospechaban que su hijo la había asesinado. Tuve sentimientos encontrados, « ¿cómo una persona como el güero podría haber hecho algo así? Seguro habrá un error y se aclarará todo; seguro fue un accidente», pensaba.

Con el tiempo se aclararon mis pensamientos y el fatídico desenlace fue aún más perturbador que cualquier especulación. Una nota de un periódico daba los datos espeluznantes: hablaba del reporte levantado en el Ministerio Público (MP), por la desaparición de la madre del güero. El reporte lo levantó la hermana de la difunta (tía del güero), pues en repetidas ocasiones había tratado de comunicarse con su hermana y su hijo (el güero), la negaba, daba como excusa el viaje inesperado de la madre al interior de la república. Por la rareza de la versión, decidió levantar el reporte en el MP. Este encontró en casa del güero, el cuerpo de la madre mal enterrado en un hoyo de la sala, cerca de la cocina. El cuerpo no tenía cabeza, —para eso llevaban los perros, aquellos policías—.

El hecho aún me genera un terror y se desborda en un insoportable sudor en mis manos, cada que lo pienso, genera ideas lúgubres y sensaciones turbias, sobre todo si los pensamientos llegan por las noches justo de estas fechas, donde me da vueltas una idea que no concibo:

¡La cabeza estaba en el congelador del refrigerador, estaba en el congelador, en el congelador!

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