ARTÍCULO DE OPINIÓN | RICARDO FLORES MAGÓN Y EL COMUNISMO MEXICANO

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Jonatán Romero

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El pueblo mexicano es apto para llegar al comunismo, porque lo ha practicado.
Ricardo Flores Magón

El posmodernismo ha instalado una visión muy interesante sobre el pensamiento comunista, ya que ellos afirman el carácter eurocéntrico de los seguidores de la obra de Karl Marx, y, por eso mismo, el proletariado mexicano debe fijar una posición sobre esas hipótesis burguesas. Frente a la anterior sentencia, la pregunta central es ¿Qué tanta relación existe entre las comunidades mexicanas y una teoría política de emancipación que dio su fruto más avanzado en Europa? Y, aquí, Ricardo Flores Magón nos ayuda mucho en esta tarea. El anarquismo en México fue precursor de la epistemología revolucionaria y, por eso mismo, sus pensadores lograron empalmar la historia milenaria de este país y la construcción de un sistema económico más allá del capitalismo.

Este trabajo pequeño tiene una doble convocatoria: 1) el marxismo debe encontrar las líneas generales con el anarquismo clásico y 2) Ricardo Flores Magón es el pensador especializado para hacer ese vínculo directo. Los comunistas tienen una deuda pendiente con el pensamiento del anarquismo mexicano, ya que fue el pionero en crear el puente entre una doctrina política emancipadora europea con las necesidades e historia de la sociedad mexicana. La hipótesis central apunta a la factibilidad de producir una sociedad diferente al capitalismo en el seno de una forma histórica no europea y México tiene toda una riqueza civilizatoria y cultural que puede alimentar la producción del comunismo.

La crítica al capitalismo.

Ricardo Flores Magón inició en México una crítica profunda al sistema de reproducción de la riqueza en su forma burguesa y, en sus escritos económicos y políticos, el anarquista mexicano desnudó y descifró el enigma de la esclavitud moderna: capital, gobierno y religión. Aquella frase que dicta que “el origen de todos los males es el amor al dinero”, también puede aplicarse de manera efectiva en la teoría magonista en donde la crítica va dirigida al orden social vigente en aquella y esta época. Las quimeras antirrevolucionarias no tuvieron cuartel dentro de la guerra ideológica que los precursores de la revolución mexicana iniciaron en contra de la ideología burguesa.

La apotema revolucionaria mexicana versó de la siguiente forma: “No nos detenemos a atacar la superficie: vamos al fondo de la cuestión”. En ese tenor, la razón instrumental (los científicos), se encontró con una forma nueva de comprender el mundo y, en esta, la libertad para todas y todos se convirtió en el horizonte político por excelencia. Aunque, la lucha por un mundo mejor no puede reducirse a una cuestión de principios éticos y morales, sino que esta debe apoyarse en el método subversivo y científico. Los comunistas y anarquistas deben desmitificar el orden burgués y, de esta manera, la praxis liberadora no solo podrá transformar el sistema económico y político capitalista, sino y al mismo tiempo deberá comprenderse el funcionamiento de la barbarie moderna.

Dentro del maderismo y la caída del porfiriato, Magón indicó con su olfato revolucionario que “el mal no es un hombre, sino el sistema político y económico que nos domina” y, así, el revolucionario dedujo en este escrito que la cabeza de un hombre podrá rodar, pero si la sociedad no se transforma en lo más mínimo la maldad prevalecerá en el país y el mundo. Los hombres del momento solo expresan su contexto histórico y son hijos de las coyunturas en las cuales se vieron acorralados por las fuerzas autoritarias. No estar satisfecho con las migajas epistémicas burguesas también ayuda a apuntar hacia el horizonte revolucionario que dirige su mirada a la construcción de un sistema social diferente y que supere al capitalismo.

Karl Marx escribió en so obra El Capital que “si el dinero viene al mundo con manchas de sangre en la mejilla, el capital lo hace chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies” y, en la misma dirección, Ricardo Flores manifestó que: “El origen de la propiedad territorial ha sido la violencia”. En ambos casos, la crítica es muy certera, ya que no deja ni un centímetro a la interpretación y desarrolla con bastante claridad el sentido de la revolución social: “la violencia es la partera de la historia”. Para muchos eruditos, la paz viene siendo el pago por ser civilizados, pero, para los rebeldes, la guerra de clases es el motor de la misma civilización hoy vigente y una lectura profunda sobre el capitalismo se debe priorizar en las épocas donde las quimeras burguesas imperan.

Una visión profunda debe integrar que la historia del capitalismo se funda en la lucha de clases y como Ricardo Flores Magón escribió: “todos los pueblos de la tierra están divididos en dos clases forzosamente antagónicas: la clase rica y la clase pobre; la clase que tiene bienes de fortuna y la clase que no cuenta más que con sus brazos y su cerebro para proporcionarse la vida”, también debe recordarse que mientras unos muy pocos monopolizan los medios de producción (medios y objetos de trabajo, materias primas y materias auxiliares), pues otros tantos solo tienen su fuerza de trabajo para sobrevivir. De esta manera, la civilización burguesa imprime su sello el cual se basa en dejar en estado de muerte a cerca del 90% de la población y abrirles el mercado de los medios de consumo mediante el trabajo asalariado. Mientras la esclavitud clásica sujetaba a la fuerza física al trabajador al capricho del amo, en el capitalismo, el proletariado libre queda dominado bajo la escasez artificial a los más mezquinos intereses de la clase capitalista y los terratenientes.

Sobre este punto, el anarquista mexicano denunció el carácter cínico del orden burgués cuando escribió las siguientes líneas: “a la clase rica le conviene que haya pobres, porque el trabajo de estos asegura a esa clase una existencia descansada, libre de sobresaltos y humanamente dichosa”. Al final de cuentas, la sociedad capitalista se mueve por el nivel de lucro, pero este depende de la explotación del trabajo libre y para ello es necesario una fuente muy grande de esclavos modernos. Las grandes fortunas se sostienen gracias al sacrificio de gran parte de la población, mientras la clase productiva no tiene descanso, tiempo libre y vive en la pobreza, por el otro lado, los parásitos modernos viven en cómodas mansiones sin tener que trabajo ni un segundo. Así son las cosas y para solucionar esto no basta con reformas o cambiar de mando, sino transformar este sistema económico y político. Al respecto, Arturo Jauretche decía que: “No se trata de cambiar de collar sino de dejar ser perro”.

¿Qué propone el comunismo?

Ricardo Flores Magón escribió unas líneas frontales en donde se resalta el carácter rebelde de este pensador mexicano y dice lo siguiente: “No quiero, pues, ser un tirano. Soy un revolucionario y lo seré hasta que exhale el último aliento”. Frente a la ideología burguesa, el anarquismo abrió un camino diferente dentro del huracán liberal, ya que Camilo Arriaga fue el precursor de los clubes liberales y los hermanos Magón indicaron el horizonte político que sería la revolución social. Los enemigos del pueblo dirán siempre que los revolucionarios están enfermos de poder, pero el poder popular apostará por la liberación de la sociedad en su conjunto.

La apotema magonista dicta: “lucho por la libertad económica de los trabajadores”, es decir el fin último de cualquier pensador revolucionario sería la lucha por un mundo mejor para toda la humanidad y para conseguir esto se debe conquistar la abolición de la esclavitud moderna del trabajo. Quien busca un lugar mejor para todos y todas también reconoce que el mal no está en la llamada naturaleza humana, sino que el régimen social produce toda la malicia del mundo y sólo bajo otras reglas se puede avanzar a un futuro más próximo. El revolucionario no debe estancarse en la superficialidad, sino debe buscar en la raíz la solución y la brújula apuntará hacia la libertad de los proletarios.

Cabe preguntarse ¿Qué entiende el revolucionario por la libertad económica del proletariado? Ricardo Flores Magón responde a la interrogante de la siguiente manera: “los trabajadores, por si solos, sin amos, sin capataces, deben continuar moviendo las industrias de toda clase. Se concertarán entre sí los trabajadores de las diferentes industrias para organizar la producción y distribución de las riquezas”. De manera general, la cuestión central está en iluminar que la sociedad sin clases es posible en un futuro y, también, en el pasado, la comunidad ha sido el centro de la civilización. Una organización social puede estar más allá del mercado y se puede construir una forma de autogestión donde el valor de uso sea el corazón de esta sociedad.

El horizonte político debe mantener la siguiente línea: “Entended que hay que abolir el derecho de propiedad privada de la tierra y de las industrias para que todo, tierra, minas, fábricas, talleres, fundiciones, aguas, bosques, ferrocarriles, barcos, ganados, sean de propiedad colectiva, dando muerte, de ese modo, a la miseria, muerte al crimen, muerte a la prostitución”. Es decir, combatir la maldad no es luchar contra “la naturaleza humana”, sino que la propiedad privada procura todos los males de esta sociedad y su abolición será la esperanza de una formar de relacionarse diferente a la forma burguesa. Marx mencionaba que el comunismo aspira a la socialización de los medios de producción, en especial al capital fijo y al capital circulante y, por eso mismo, el anarquismo mexicano tiene una gran relación con el socialismo científico.

Otra pregunta que nace de este proceso la cual es ¿Qué son los medios de producción? Ante eso, Flores Magón afirma que: “ese camino recto es el de la toma de posesión de la tierra y de la maquinaria de producción, así como de los medios de transportación, para el libre uso de todo ello por los productores, hombres y mujeres”. La cuestión central es, por un lado, socializar la maquinaria y la tierra, y, por el otro, tomar los medios de transporte. El control y la autogestión del capital fijo y del capital circulante sustenta toda la actividad revolucionaria, ya que el trabajo asalariado está basado en el monopolio de los medios de producción de la clase capitalista y el terrateniente, y el carácter revolucionario debe apuntar a una forma diferente de relacionarse con las fuerzas productivas técnicas y naturales.

La bandera revolucionaria puede ser roja y negra u otra con la hoz y el martillo, pero, bajo este argumento, el himno comunista debe llevar la siguiente frase: “La felicidad se consigue obteniendo la libertad económica por medio de la toma de posesión de la tierra y de la maquinaria de producción, para aprovechar todo en común”. El fin último de la política comunista se encamina en construir una sociedad nueva que tenga como objetivo la producción de la felicidad y no como una cuestión ética o moral, sino como un campo de batalla. La lucha de clases parte de la idea de que hay dos bandos en constante conflicto: uno quiere monopolizar el derecho a vivir feliz y el otro pretende y aspira acercar ese derecho a la totalidad de los seres humanos.

La felicidad no se gana mediante la voluntad humana, sino se construye dentro de la correlación de fuerzas que marca el enfrentamiento entre los dominados modernos y el sistema social burgués y, de esta manera, una fuente primordial será el derecho al ocio. El anarquista mexicano escribe lo siguiente: “Abolida la propiedad privada, teniendo todos la facultad de escoger un trabajo de su agrado, pero útil a la comunidad: humanizando el trabajo, en virtud de que no se efectúa para que el patrón acumule riquezas, sino para satisfacer necesidades; devueltos a la industria los miles y miles de brazos que hoy acapara el gobierno en sus oficinas, en los cuarteles, en las prisiones mismas; puestos todos a trabajar para ganarse el sustento con la ayuda poderosa de la maquinaria de toda especie, se necesitará trabajar solamente unas dos o tres horas diarias para tener una abundancia”. El trabajo sobre un sistema social ya no se reduce a una actividad lucrativa, sino que, en el comunismo, la actividad productiva humana se enfocará a satisfacer las necesidades humanas, con ello la jornada laboral podría reducirse sin ningún problema y la humanidad no arriesgará la riqueza social. Un mundo diferente es posible, pero no dentro de las fronteras del capitalismo, sino se debe expandir hacia otro sistema social.

El comunismo y México.

Al final, este trabajo quiere apuntar a una idea bastante sencilla, pero es determinante en el debate sobre el comunismo y, por eso mismo, no se puede dejar de lado bajo ningún argumento. Juan Sarabia le recriminó a Ricardo Flores Magón que 1) los mexicanos no entendían nada sobre el comunismo y 2) las cuestiones centrales eran atender las demandas inmediatas que exigía el proceso democrático burgués: sufragio efectivo no reelección. Aquí, la cuestión radica no solo en el discurso anticomunista, también está la defensa sobre que los proletarios no tienen nada que ver con la construcción de una sociedad nueva, sino que, además, ellos solo quieren mejoras a sus condiciones de vida más apremiantes y sobre lo anterior se necesita hilar epistémicamente fino para resolver dicho dilema.

Retomando el texto “El pueblo mexicano es apto para el comunismo” se recuperará tres elementos esenciales para alimentar el debate y estos son los siguientes:

Primero, el anarquista mexicano escribe: “Los habitantes del estado de Morelos, así como los del sur de puebla, de Michoacán, Durango, Jalisco, Yucatán y otros Estados. En que vastas extensiones territoriales han sido invadidas por multitudes proletarias que se han dedicado desde luego a cultivarlas, demuestra una sociedad de sabios para resolver el problema del hambre”. A diferencia de los postulados burgueses y posmodernos, los comunistas abren un camino inédito en donde el fin último es una sociedad donde la reproducción de la riqueza no dependa de una elite y de la avaricia de los monopolios de los medios de producción y, todo lo contrario, quede dirigida bajo la guardia proletaria. A lo largo de la historia mexicana, los ejemplos son diversos sobre la construcción de sociedades comunistas donde la autogestión es la regla y el valor de cambio pasa a segundo término prevaleciendo el valor de uso.

Segundo, en el texto citado previamente se dice dos cosas muy interesantes: 1) “En México viven unos cuatro millones de indios, que hasta hace veinte o veinticinco años vivía en comunidades, poseyendo en común las tierras, las aguas y los bosques” y 2) “En cuanto a la población mestiza, que es la que forma la mayoría de los habitantes de la República Mexicana, con excepción de la que habitaba las grandes ciudades y los pueblos de alguna importancia, contaba igualmente con tierras comunales, bosques y agua libres, lo mismo que la población indígena”. El anarquista mexicano fue el primero en denunciar abiertamente que el comunismo no es una teoría de Europa, sino que, mucho antes de que Marx y Engels escribieran sobre este tópico, los mexicanos ya lo habían practicado hace mucho tiempo. El comunismo tiene raíces mexicanas milenarias y, antes que nada, el proletariado mexicano tiene una gran oportunidad histórica para construir una sociedad nueva desde sus propios cimientos civilizatorios.

Tercero, la crítica más relevante de Magón fue en el sentido de su denuncia a la ideología burguesa que se empeña en naturalizar el orden capitalista y no puede concebir una civilización diferente a sus reglas particulares. El anarquismo y el comunismo son muy claros en este sentido, ya que la civilización no es sinónimo de dinero y capital, ya que existe evidencia de formas superiores de cultura donde la comunidad y el apoyo mutuo era la regla. Un mundo diferente es posible y, de manera curiosa, la tierra mexicana tiene en sus propias raíces culturales un acervo milenario que sirve en el sentido revolucionario que pretende construir una sociedad donde el capital, el gobierno y la religión no existan más. Una sociedad comunista puede edificarse en el futuro y no por ser un sueño valido en medio de la barbarie moderna, sino, porque el mexicano lo ha vivido durante mucho tiempo y, hoy más que nunca, se hace necesario recuperar esa herencia para construir un mundo mejor para todos y todas.

La rapidez o lentitud con que se logre una sociedad comunista depende únicamente de la similitud con la que la ciudadanía, los pueblos o los trabajadores despierten de su letargo político, ideológico y consciente, para organizarse y hacer valer su poder social.

Ciudadano del mundo, economista, militante y docente

jonatan12.04.1990@gmail.com

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